Por José Manuel García Marín

Tal vez el mayor logro de Sánchez Lorenzo consiste
en conseguir que nos olvidemos de él desde las primeras páginas, y que nos
parezca oír en verdad la voz del propio Axel. Y la mayor virtud de su voz es
dibujar de tal forma cada paisaje, cada olor, cada escena, que nos parece que
sus ojos son los nuestros. La sutileza con que se recrea el lenguaje de la
época, el cuidado con que se manejan los detalles históricos, ya sean nimios o
relevantes, la facilidad con que las palabras revelan los estados de ánimo, el
acierto y la verosimilitud con que cada personaje, principal o secundario,
aparece descrito, acaban envolviendo al lector de tal forma que siente
verdaderamente que el autor de esas líneas es el propio Axel von Fersen.
Para
conseguir tal efecto sin perder un ápice de respeto por los hechos reales novelados
es necesaria una cuidadosa documentación histórica, como la que acredita la
novela; sin embargo, en ningún caso la crónica se antepone a la novela. Esta
nos ofrece la visión de la historia del
propio protagonista, y a través de ella se deslizan las claves de un momento crucial
para la historia de Europa y las contradicciones propias de los momentos de
crisis, cambio o revolución. El propio Axel es víctima de tales contradicciones.
Reflejo del Antiguo Régimen, se debate entre su juventud idealista, significada
en su participación en la guerra de la independencia norteamericana, y la
defensa del viejo régimen, motivada, más que por sus convicciones, por una
lealtad hacia María Antonieta que desde luego fue mucho más allá del amorío,
como el cuidado relato nos desvela. Su compromiso con los reyes, organizando la
fuga hacia Varennes, y el declive del protagonista durante los veinte años que
sobrevive a María Antonieta, en un conmovedor eterno retorno hacia su memoria
en la mayor desolación, acreditan una devoción que no merece un tratamiento
frívolo, como ya había apuntado Stephan Zweig en su biografía de la reina.
Desde luego
nada frívolo hallará el lector de esta novela. Muy al contrario, se embarcará
en un viaje hacia la profundidad de un sentimiento elevado, que la enseña de la
familia Fersen hacía presagiar: “Tutto a
te mi guida” (“Todo me lleva a ti”). Descubrirá el lector algunas
circunstancias que la historia oficial omite, y gozará con la recreación, con
los paisajes que el autor es capaz de dibujar con pocos trazos, como un pintor
impresionista, y sobre todo con la profundidad espiritual que logra dotar al
propio narrador, a Axel von Fersen. A pesar de tal hondura, los hechos de su
relación con la reina se presentan serenos, como el discurrir del agua de un
pequeño arroyo, como el retrato de dos seres que se mueven a cámara lenta y en primer
plano mientras el mundo en derredor gira con la velocidad de la tormenta.
Más
allá de la historia, “El amante de la reina” es una novela en la que Sixto
Sánchez Lorenzo exhibe su soberbio dominio del lenguaje -desde luego, poco
común- y una prosa envolvente y fluida, que tiene algo de música dieciochesca,
una cadencia que nos mece desde las primeras líneas y nos lleva en volandas a
través de un relato apasionante hasta la última página, en que concluye el
relato de una vida auténtica, que leemos con la respiración cortada, lentamente,
en silencio, saboreando esa emoción que únicamente proporcionan los buenos
libros.
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