Página de José Manuel García Marín

Página de José Manuel García Marín

La intención, al abrir este nuevo blog, es guardar en él relatos completos, míos o ajenos, para quienes quieran leerlos en su totalidad. Desde el blog principal pondré un vínculo a éste en aquellos artículos que, por su extensión, sea aconsejable.

viernes, 28 de marzo de 2014


                   LA MAGIA DE LAS LETRAS O BREVE HOMENAJE A LA LUCECITA DE MI PADRE




       Hoy, que se banaliza la literatura hasta extremos en que, con alguna excepción, lo más abyecto de la sociedad ha tomado los primeros puestos en los listados de ventas, se necesita que reivindiquemos la lectura de calidad en cualquier ocasión que se nos presente y arrinconemos lo anodino, lo intrascendente que, no nos llevemos a engaño, ni siquiera sirve para distraernos con verdadera eficacia y que resulta en esa «basura» que en los ordenadores se limpia, pero que no estoy tan seguro de poder vaciar de las sentinas del cerebro.
       Quizá yo sea de la generación del «Érase una vez... »; pero, tras esas palabras, se engalanaba al instante un universo que me seducía de inmediato, porque fascinaba mi propia fantasía. Es decir, la estimulaba implicándola. ¿Se puede pedir mayor interacción? Entonces, las letras, que parecían escapar de las páginas en un extraordinario vuelo de luciérnagas, se elevaban para componer escenarios dentro del territorio de la imaginación, en donde los colores brillaban con la fuerza de un sol que arrancaba destellos a las espadas; las telas, exquisitas, llegaban del oriente más lejano y la suavidad de sus sedas debía corresponderse con la delicada belleza de la princesa a la que iban destinadas; los aromas de los perfumes, perfectamente desconocidos para mí, regalaban, sin embargo, mi olfato; oía los vítores del pueblo al héroe que los había salvado del cruel enemigo, y el sabor de las viandas especiadas -refinados manjares que salían de las cocinas del inexpugnable castillo-, deleitaban mi paladar, porque yo ya no estaba sentado en mi casa, sino oliendo las exóticas esencias, discutiendo precios con los mercaderes de tejidos o entre las largas mesas de madera del salón de la fortaleza. Y eso, eso es magia. Además, aprendía, sin darme cuenta, lo que era la justicia, la crueldad, el heroísmo, la delicadeza o el refinamiento y muchas otras cosas que quedan implícitas, como en segunda o tercera línea, en una buena narración.
       Pero no puedo omitir la contribución de mi padre a mi pasión por las historias, cuando pretendía trasladarme al mundo de los sueños, contándome un cuento con todo lujo de detalles. Nunca logró adormecerme porque, sin querer, él mismo me deslizaba al país de los ensueños. Recuerdo varias versiones -porque él no leía, inventaba-, del relato sobre unos niños que se perdían de noche en un bosque, con hambre, descalzos, ateridos de frío y muertos de miedo, que terminaban por descubrir, siempre a lo lejos, una lucecita que alumbraba la puerta de una casa y que, no en todos los casos, era su salvación. A veces vivían honestos labriegos, pero a menudo era una bruja infame, con su enorme grano en la punta de la nariz aguileña, que eso ya se sabe que es obligatorio, y uno de los niños, reuniendo valor y astucia, vencía con artimañas a la vieja arpía y acababa en final feliz.
       Esa lucecita que, por fortuna, determinados grupos como el Salón de Letras Castalia o los clubs de lectura, luchan por mantener encendida, debemos, como decía al principio, reivindicarla, incluso exigirla, para que ilumine, aunque sea débilmente, el oscuro bosque de los momentos grises, yermos, de la vida; porque esa humilde lucecita era, hace tiempo que lo comprendí, la esperanza del alma y el alma de la esperanza.


Granada, 27 de marzo de 2014

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