Les presento a un escritor
Dotado de un instinto proverbial para captar las luces subterráneas, José Manuel nos ha traído en esta segunda novela no tanto el peso de lo que fue El Ándalus, sino el pálido pero difundido resplandor de lo andalusí hoy. No tanto una nación de tantas extinguidas por el vendaval de la historia, sino una de la pocas civilizaciones que nos constituye. Somos andalusíes como somos griegos y pocos adjetivos nacionales o identitarios me atrevería yo a añadir a estos dos. Sin embargo, a pesar de esta fuerza telúrica de El Ándalus (o acaso por ella) es preciso un zahorí para encontrar las aguas subterráneas en este siglo. Y García Marín demuestra por segunda vez -ya lo hizo en Azafrán- que tiene el poder de la rabdomancia. Les pondré un ejemplo de la rabdomancia del escritor malagueño.
Podemos proponer tres miradas sobre la escalera del agua del Generalife. La primera diría que sirve para comunicar el palacio con un pequeño oratorio situado en lo alto de la colina. Había que hacer una escalera y un alarife la hizo.
Podemos proponer tres miradas sobre la escalera del agua del Generalife. La primera diría que sirve para comunicar el palacio con un pequeño oratorio situado en lo alto de la colina. Había que hacer una escalera y un alarife la hizo.
Una segunda mirada nos mostraría ya la escalera del agua con su elemento cultural añadido a lo funcional: el ascenso desde el palacio al oratorio está interrumpido y suavizado por dos descansillos de planta circular con fuentes bajas en su centro, está acompañado por unos pasamanos que son dos canales encalados hechos de teja y ladrillo por los que baja el agua de la acequia real y está cubierto y refrescado por una bóveda de laureles. La escalera servía así para las abluciones previas a la oración y, de esa manera, se convertía en el sahn que toda mezquita requiere. Desde esta segunda mirada veremos pues que la escalera de agua es toda una lección arquitectónica de lo que fue nuestra cultura en siglos pasados: la cultura capaz de hacer con elementos baratos un templo de armonía.
La tercera mirada es la de José Manuel García Marín. No lo cuenta en la novela, pero una mañana del pasado otoño nos lo explicó a Andrés Sopeña y a mí. José Manuel ha observado que si en cada escalón nos detenemos y acercamos el oído al pasamanos por el que desciende el agua, oiremos una escala menor natural: la si do re mi fa sol la. No es sólo cultura que suaviza el ascenso, es una civilización discreta y profunda que parece tutear a los dioses. En algunos escalones notaremos que no se oye la nota que esperábamos oír. Hay dos explicaciones: la primera recordaría que todo alarife nazarí cometía pequeños errores de cálculo para dejar la perfección a Dios. La segunda diría que la escalera del agua ha sido sometida en los últimos siglos al torpe toqueteo de humanos que en ningún caso alcanzan a intuir ni siquiera esta tercera mirada.
Terminaré diciendo que es más fácil presentar un libro que presentar a un escritor. Los libros hablan por sí y de lo que habla cada libro es fácil volver a hablar. Con los escritores parece que nos quedara el camino fácil de la biografía, pero no es así. Primero porque la biografía es un género literario difícil de cultivar y que dice más del biógrafo que del biografiado y, segundo, porque no está claro que a la literatura le interese para nada el yo biográfico del autor. Así que, sin más, de la misma manera que hace dos años presentamos un libro Azafrán, ayer en el mismo lugar, presentamos a un escritor: José Manuel García Marín.
La tercera mirada es la de José Manuel García Marín. No lo cuenta en la novela, pero una mañana del pasado otoño nos lo explicó a Andrés Sopeña y a mí. José Manuel ha observado que si en cada escalón nos detenemos y acercamos el oído al pasamanos por el que desciende el agua, oiremos una escala menor natural: la si do re mi fa sol la. No es sólo cultura que suaviza el ascenso, es una civilización discreta y profunda que parece tutear a los dioses. En algunos escalones notaremos que no se oye la nota que esperábamos oír. Hay dos explicaciones: la primera recordaría que todo alarife nazarí cometía pequeños errores de cálculo para dejar la perfección a Dios. La segunda diría que la escalera del agua ha sido sometida en los últimos siglos al torpe toqueteo de humanos que en ningún caso alcanzan a intuir ni siquiera esta tercera mirada.
Terminaré diciendo que es más fácil presentar un libro que presentar a un escritor. Los libros hablan por sí y de lo que habla cada libro es fácil volver a hablar. Con los escritores parece que nos quedara el camino fácil de la biografía, pero no es así. Primero porque la biografía es un género literario difícil de cultivar y que dice más del biógrafo que del biografiado y, segundo, porque no está claro que a la literatura le interese para nada el yo biográfico del autor. Así que, sin más, de la misma manera que hace dos años presentamos un libro Azafrán, ayer en el mismo lugar, presentamos a un escritor: José Manuel García Marín.
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